Empezaré diciendo que la palabra «balance» es un tanto engañosa, por decirlo de alguna manera. El balance perfecto no creo que exista. De hecho, la búsqueda de balance es sinónimo de «estar en movimiento», y en todo movimiento habitan los cambios, caídas, malabares, momentos de lentitud o rapidez, etc. Porque la vida es justo eso, una combinación de todo. Así que por mi propio bienestar, hace un buen tiempo quité de mis metas tener ese tan aclamado «balance perfecto».

Mas bien, lo que he procurado en estos años es tener claro a qué digo que sí y no, cuáles son mis prioridades, qué le agrada a Dios y cómo puedo servir mejor a Él y a los míos en la etapa que me encuentro.

Dicho esto, quiero compartirte algunas de las cosas a las que tuve que «renunciar» para tener el «balance» de hoy:

1- Renuncié a querer «hacerlo todo». Desde muy temprana edad tenía una mentalidad muy enfocada en la búsqueda de resultados; me sumaba una tarea más otra y todo espacio de «ocio» me hacía sentir culpable. Quería hacerlo todo al mismo tiempo (más adelante te contaré sobre este tema). Hace unos años, cuando conocí a Dios verdaderamente, decidí renunciar a mi empleo de tiempo completo con el objetivo de dedicarle más tiempo a mi familia, incluyendo a mi hijo que estaba atravesando por varias situaciones de salud, y dedicarme a mi carrera de psicología de manera independiente. En cuanto a lo que te comparto, no es mi intención que entiendas que tú también debes renunciar a tu trabajo de tiempo completo. Mi decisión fue tomada tomando en cuenta las necesidades de mi familia y la búsqueda de un mejor «balance». Ya no quería hacerlo todo, solo lo importante, lo que Dios quería que yo hiciera, bajo Su orden y en Su tiempo.

2- Renuncié a ceder mis prioridades para complacer las de otros. Sobre esto, no me refiero a que dejé de acompañar o servir a otros. Simplemente procuraba NO poner a un lado mis prioridades (mi fe, familia y valores como profesional) para complacer o buscar la aprobación de alguien más.

3- Renuncié al «sentimiento de culpa» por decir no a un proyecto o tarea en particular. Sabía que necesitaba guardar mis SI para aquello que realmente movía mi corazón, estaba alineado al tiempo y valores, y contenía un propósito mayor (a pesar de que algunos no les agradara mi decisión).

4- Renuncié a la fórmula: muy ocupada=productividad. De forma muy especial y en intimidad con Él pude comprender que más allá de procurar incesantemente «sentirme productiva», yo necesitaba cultivar un corazón de obediencia hacia Dios. Ocupar el 200% de mi agenda no me otorga puntos en el cielo. Dios YA nos ama. Nuestras obras no nos dan «puntos». Dios se interesa más en corazones que le teman profundamente que en corazones con grandes agendas productivas pero lejos de Su voluntad (no importa la cantidad de aplausos que recibas)..

Lo más interesante de todo es que cuando cambié la fórmula, mis niveles de productividad aumentaron aún más. Mi enfoque principal no era convertirme en la mujer más productiva, sino en una mujer cuyo corazón agrade a Dios (un camino de rendición y dependencia constante). Cuando lo ponemos en primer lugar, Él se encarga de poner todo en orden.

5- Renuncié a querer traer el futuro de un solo tirón para empezar a vivir un día y una tarea a la vez. Decidí buscar y recibir Su gracia en el presente, confiada de que mi futuro estaba completamente en Sus manos!

6- Renuncié a la idea de que «estar más presente para mi familia podía interrumpir mis planes y balance perfecto». Mi esposo y mis hijos no son una interrupción. Mi familia es el plan de Dios para mi vida en este tiempo, y después de Él, ellos ocupan el siguiente lugar, así que lo que hice fue ubicar «mis planes» de tal manera que no sea YO la que esté interrumpiendo Sus planes para mi.

Todo lo anterior me ha permitido tener actualmente una perspectiva más sana, armoniosa y humana del concepto de balance. Mi «fórmula» ha sido poner a un lado mi balanza para usar la Suya, esa que trae regocijo y paz a nuestros corazones!