Era una mañana un poco caótica en casa. Muchas cosas por hacer. Me encontraba con mi hijo mayor en su cuarto. Él en el piso construyendo bloques, Victoria en su Moisés y yo tomando un café mientras doblaba su ropa.

No pasaron 5 minutos cuando empezaron las rabietas y algunos gritos, «mientras» mi café se enfriaba. Sentí que mi «momento de silencio» estaba siendo «interrumpido» una vez más.

Allí recordé el versículo donde Samuel es llamado por Dios «mientras él dormía» y él respondió: «Habla Señor que tú siervo te escucha».

Al hacer uso de estas cortas pero poderosas palabras en medio de cualquier «interrupción», nos permitimos expandir nuestra mente, eliminar la queja y escuchar lo que Dios tiene para mostrarnos o enseñarnos JUSTO en ese momento.

Nada se «pierde» en la mano de Dios. Así que si sientes que alguien o algo te está «interrumpiendo», o bien, te hacen «perder» el tiempo, te invito a que le digas a Dios desde ese lugar donde te encuentras: «Habla Señor, que tú siervo te escucha».

Quizás Dios nos quiere mostrar algo de nuestros hijos (cómo se sienten internamente), revelar algo de nuestro corazón, enseñarnos a descansar, mostrarnos el dolor de ese ser querido, animarnos a orar por X persona, aprender a caminar en fe, renunciar a algo en particular, o bien, a cultivar el dominio propio.

¡Son tantas cosas que podemos escuchar de parte de Dios cuando cambiamos la forma en que valoramos las «interrupciones»!

El siervo, como se llamó a sí mismo Samuel, sabe quién es que gobierna sobre él. Cuando sabemos que ya no nos servimos a nosotros mismos, sino al Padre, aprendemos a soltar lo que esté en nuestras manos para ir corriendo tras Su voz.

¡Habla Señor, que tú siervo te escucha!

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