Muchos hemos luchado para confiar en Dios. En ocasiones, nuestra crianza, experiencias o paradigmas nos llevan a comparar, cuestionar o dudar de Él.

A muy temprana edad aprendí bastante sobre quién era Dios, sin embargo, nunca lo vi como alguien en quien podía confiar plenamente hasta que cultivé una relación genuina con Él en mi adultez. Pensaba que Dios estaba constantemente observando mis pasos para juzgarme o disciplinarme. La oración «Dios te ama» era sumamente distante, extraña y poco creíble para mí. Al experimentar situaciones muy dolorosas a nivel personal y familiar, entendía que Dios era más una especie de Juez que de Padre.

Todo esto definitivamente afectó mi confianza en Él. Aunque le oraba, no había fe y paz en mis palabras, solo miedo y desesperanza, hasta que por Su amor y gracia le conocí verdaderamente.

¿Qué marcó la diferencia y dio un giro a mi confianza en Dios?

1-Por un momento dejé de cuestionar todo lo que Él había permitido en mi vida a fin de conocerle a profundidad mediante Su Palabra. Quería por primera vez enamorarme de mi Padre…Veía prédicas, leía libros vinculados al tema, oraba sin cesar. Tenía una gran necesidad de saber quién era Dios, cuál era su propósito para mi, qué dice la Biblia sobre el sufrimiento, etc. Recuerdo que dos de los primeros libros que leí y que me marcaron de forma muy positiva fueron: Jesus + Nothing= Everything y Una vida con propósito. ¡Te los recomiendo!

2-Entendí que debía dejar de comparar a Dios con mis padres terrenales. Dios es Dios. Mis padres no.

3- Me quité la capa de la mujer maravilla que buscaba ser la salvadora del mundo. Se la entregué empapada de lágrimas, dolor, deseo de control, perfeccionismo y cansancio, y la cambié por la capa de hija de Dios, donde el protagonista principal es Él, no yo. Esta fue la primera semilla para empezar una vida rendida a Sus planes y voluntad. Pasé de buscar «ser mi propia salvadora, según mis términos», a correr hacia los brazos del Salvador y apuntar a otros hacia Él.

4- Reconocí que si no confiaba en Dios no era porque Él no era digno o merecedor de mi confianza, sino porque yo estaba bloqueando la relación de muchas maneras (evadiendo Su Palabra, haciendo las cosas a mi manera, acercándome a Él de forma»superficial o conveniente»)…. Comprendí que Dios no necesitaba «ser más bueno» conmigo para yo poder confiar, porque ya Él es bueno, amoroso, bondadoso y digno de confianza (independientemente de lo que yo piense). Mis dudas no cambian Su naturaleza perfecta. ¡En el no hay variación! La que necesitaba acercarse y conocerle genuinamente era yo, de forma diligente y con un espíritu humilde. Y así hice.

Te animo a que seas franca con Dios. Créeme, ¡Él no se molestará! Dios ama y escucha al de corazón humilde. ¡Entrégale tus dudas y empieza este 2019 conociéndole en verdad!