Cayó la lluvia. «¡Hay mal clima afuera!» A veces proclamamos eso tan solo ver las primeras gotas caer. Contemplamos el cielo gris, sentimos el viento tocar nuestro cabello y la mente dispersa imaginando todo lo que esto implicará: quizás cancelar un evento, usar una sombrilla, cambiar mi ropa de color claro, manejar con mayor precaución, etc.

¿Será la lluvia verdaderamente sinónimo de «mal tiempo»? Si lo vemos desde una perspectiva muy personal y aislada de las otras realidades paralelas (que se orquestan en la tierra y los cielos), podríamos pensar que sí. Asumimos que algo es «bueno o malo» en virtud de cómo me afecte a mí.

Cuando pensamos que es «malo» que «llueva» solo tomo en cuenta mis circunstancias, pero no considero que quizás ese día hay mucha sequía en algunas zonas y. necesitan de la lluvia para sobrevivir, no pienso en los animales o los bosques que necesitan alimentarse y crecer, y tampoco cuestiono que quizás… ese día, aún la lluvia forma parte esencial de lo que necesita mi cuerpo, mente y espíritu. Tal vez descanso, santidad, gratitud, o simplemente, confianza en Dios.

Nada que ocurra debajo del cielo es casualidad. Nada ocurre sin que nuestro buen Dios lo permita. Y nada ocurre sin un propósito. Pensar lo contrario pondría a Dios a nuestro «nivel», y eso seria una gran falta. Imaginar lo contrario nos llenaría de ansiedad y desconfianza al pensar que Dios no está a cargo, y cualquier persona o circunstancia puede obstaculizar Sus planes.

Aún conociendo esta verdad, no siempre anhelaremos las épocas de lluvias en nuestras vidas. En muchos momentos pelearemos con la lluvia, nos quejaremos y sufriremos mientras la navegamos. Tu época de lluvia puede significar una situación difícil en tu hogar, problemas de salud o laborales, conflictos personales, retos económicos o luchas con tu carácter.

Sin embargo, hoy quiero que salgas un poco de tu situación y consideres estas preguntas: ¿Podría haber un para qué en esta situación? ¿Puedo pedir a Dios que aumente mi confianza y fe mientras lo atravieso? ¿Estoy enfocando más mi mirada en cómo me afecta, en vez de considerar cómo Dios está obrando CONMIGO, A TRAVÉS de mi y PARA mí? ¿Podría alguien salir bendecido con la forma y la actitud con la que elijo transitar la lluvia? ¿Hablaría mi respuesta de Jesús? ¿Me animaría a pedirle a Dios que me recuerde que Su amor es infinito, perfecto y completo hacia mí? ¿Es tiempo de acercarme al cuerpo de Cristo (Su Iglesia) y pedir por oídos que escuchen mi clamor y manos que abracen mi cuerpo cansado?

Bailar en la lluvia, como dicen, solo tiene sentido cuando reconozco QUIÉN permite la lluvia. Cuando recuerdo que mi actitud HABLA del Dios al que creó la lluvia. Cuando entiendo que aún ella será usada para mi bien y el bien de otros. Y además, cuando reconozco que mis lágrimas pueden caer junto a las gotas de lluvia sin sentirme juzgada, porque Dios está cerca de mí, y bienaventurada soy de ser llamada Su hija y Él, el Padre de toda consolación. Esto es sufrir bien.

Ninguna lágrima o lucha quedará en el vacío, cada una de ellas habrá sido necesaria, valiosa y con propósito eterno. Cada una de ellas nos permitirá caminar más ligeros y vivir más libres en Cristo. ¡Qué maravilloso es nuestro Padre!