Hubo un momento de mi vida, antes de que Su gracia me alcanzara, donde consideraba a Dios como «un medio o recurso» para lograr todo lo que yo quería. Mi corazón no estaba con Él, mi intención estaba lejos de agradarle, y más que nada, aunque no lo decía, quien buscaba ser la protagonista de la historia de mi vida, era yo (frase muy popular en la actualidad).

Hoy me llegaron unas palabras de una paciente, y con su permiso, quiero compartirte algunas de sus líneas: «consideraba a Dios como una especie de herramienta adicional para ayudarme a ser mejor persona, no como el centro de todo lo que soy (mi fuente de todo)».

¿Te identificas con nosotras? Queremos convencernos de que no, que nuestras intenciones son buenas y puras. Luchamos para convencernos de ello, que solo queremos alcanzar nuestros sueños y Él es quien nos ayudará. Que deseamos ser luz y brillar…sin preguntarnos, si ese brillar hablará más de ti, de mí, o de Él.

Hablarle verdad a nuestros corazones es el primer paso para correr donde nuestro Padre y arrepentirnos, pedir que cambie la forma en la que lo vemos y la manera en la que lo «usamos como valor agregado o un área más de nuestras vidas». ¡El arrepentimiento nos acerca en intimidad con el Padre!

Y quizás piensas: ¿Cómo sé que estoy usando a Dios como herramienta y no como mi centro y fuente de todo? Aquí te doy algunos posibles indicadores: 1) Tus oraciones solo se basan en lo que quieres obtener de Él. 2) Aunque tu anhelo es agradarle, tu manera proceder dice lo contrario. 3) Procuras aumentar más tu «amor por ti» que hacia Él. 4) Antes de tomar decisiones, no consideras sus principios bíblicos, o bien, lo dejas solo cuando te ves en mucho aprieto. 5) Haces oraciones tipo «transacción»: «Dios, te prometo que si me das X cosa, yo te serviré y haré Y cosa». 6) Crees que la forma de tu felicidad es Jesús + ALGO (carrera, fama, casa, etc.).

Estos son solo ejemplos, pero pienso que lo principal es confrontarnos a nosotras mismas, pedir consejo de alguien que ame a Dios y mirar con detenimiento nuestra manera de actuar sin justificarnos con frases como «esta es mi sombra, Dios me ama así».

¿Y sabes qué? Al apartarnos de esa manera de pensar y proceder, empezamos a gozar de una libertad tan hermosa que supera nuestro entendimiento. Disfrutamos las pequeñas y grandes cosas, no caminamos pensando que el «mundo o Dios» nos debe algo, dejamos de llevarnos el éxito y el «fracaso» al corazón, crecemos en humildad y fidelidad al poner en uso nuestros dones y talentos (que vienen de lo alto) con gratitud, y más poderoso aún es que tendremos el gran privilegio de profundizar y crecer en nuestra relación con Dios. ¡El Arquitecto de este planeta! ¡El Dueño de todo! ¿Te imaginas?

¡Qué alegría saber que Su verdad nos libera de nuestras viejas formas de vivir!